Nota: A lo largo de todo el documento se utilizarán los genéricos, con objeto de hacer más fácil la lectura. No obstante, es importante hacer constar que no se pretende utilizar un lenguaje sexista
El propósito del artículo es compartir la experiencia en Supervisión de un grupo de trabajadores sociales, para que pueda ser visualizada y repensada por otros colegas de profesión, al mismo tiempo que alberga la pretensión de animaros a experimentarla.
Partimos de una aproximación al término supervisar, planteado como el acto de observar algo con una visión global y a una cierta distancia. Si lo aplicamos al Trabajo Social (TS), podemos pensar la Supervisión como un proceso que permite aprovechar mejor los conocimientos, habilidades y actitudes del trabajador social e incidir en la mejora de la tarea, así como lograr una mayor satisfacción en el ejercicio del rol.
En la Supervisión, se trabaja con lo cotidiano, lo contradictorio y dificultoso de la práctica, aquello que interroga e inquieta al profesional y que requiere ser explicitado, analizado y revisado. Por tanto, la tarea, ocupa en este espacio un lugar central, sí bien son también protagonistas centrales, los supervisados, la supervisora y el contexto generado a partir de las interacciones que se dan entre ellos. Como proceso que es, requiere de método y sistemática, necesaria para el logro de objetivos; ocupando un lugar importante la emoción, como elemento para la reflexión y el aprendizaje.
Como recogen diversos autores (Jose Fernández y Hernández Aristu entre otros), es una herramienta que está ligada a los orígenes del TS, entendida como “una ayuda para ayudar a otros”. Se desarrolla tanto en el campo de la formación como en el de la intervención y en ambos espacios, pretende cubrir tres funciones: orientar, formar y dar soporte a los profesionales.
Dentro de nuestro medio, destacar el papel importante de las escuelas universitarias en el impulso e instauración de esta herramienta y es también obligada la referencia a las primeras trabajadoras sociales pioneras y referentes en el ejercicio del rol de supervisoras. Señalar también el papel del Colegio Profesional en dar forma y visibilidad a esta herramienta entre la colegiatura.
En el desarrollo de la supervisión, destacamos dos modalidades: La individual y la grupal (equipo y en grupo). El espacio del artículo no nos permite desarrollar ambos conceptos. Por ello nos referimos aquí a la grupal y más en concreto la vivida por un grupo de profesionales que comparten disciplina (TS), ámbito (salud) y tareas similares.
Sabemos de los muchos beneficios que permite la experiencia grupal. Destacamos en primer lugar: la oportunidad de verse reflejado en otro, compartir y confrontar dificultades, buscar alternativas, abrir horizontes y posibilidades nuevas…, así como el cuidado entre iguales.
Vivencias en torno a una experiencia
Cada grupo, por lo que tiene de singular, permite un tipo de experiencias y así mismo; cada participante (Supervisadas y Supervisora), las interioriza de forma distinta.
- Los supervisados. Vivencias en primera persona
La primera vez que conoces la supervisión suele ser en el ámbito académico. En algunas asignaturas de la universidad se nombra, y las prácticas del grado se suelen acompañar con un espacio que se basa en los pilares de la supervisión. Sin embargo, la necesidad o los beneficios que un espacio de supervisión aporta, pueden no ser percibidos hasta que inicias la práctica profesional.
En nuestro caso, el primer contacto con la supervisión fue a través del Col·legi Oficial de Treballadores Socials de Catalunya que, a través de su Proyecto de Sensibilización en la supervisión, ofrece en una primera fase, sesiones individuales gratuitas. En esas tres sesiones nos introdujimos en lo que nos podría llegar a generar un espacio como ese, y nos decidimos a participar en la segunda fase.
La primera duda fue si queríamos un espacio individual o grupal. Como la propuesta de las sesiones grupales se enmarcaban en el contexto de salud (aunque en instituciones diferentes), finalmente nos decantamos por este último. Al aproximarse más a nuestra realidad en la práctica, se nos ofrecía como una oportunidad.
Antes de empezar nos hacíamos diversas preguntas:
¿Qué me genera la intervención? ¿Me siento preparado? ¿Me llevo el trabajo a casa? ¿Cómo me siento? ¿Qué pasa si me equivoco? ¿Cómo sé si lo estoy haciendo bien? ¿Conozco mis límites? ¿Cómo trabajo en equipo? ¿Estoy creando buen vínculo con la persona? ¿Con qué me conecta la situación que acompaño? ¿Tengo claros mis objetivos? ¿Es ético lo que planteo? ¿Cuál es mi rol?…
El punto de partida compartido, giraba en torno a las expectativas en relación a la intervención desde un mismo rol. Sentimientos como desprotección, inseguridad y la necesidad de seguir conectadas a los conceptos teóricos, eran comunes en todas nosotras.
Enseguida pudimos romper con estos miedos porque el clima que se generó con las compañeras fue de confianza absoluta. Ser un grupo reducido de seis personas, lo facilitó. Vimos, que las preguntas que nosotras nos hacíamos, también se las hacían nuestras compañeras.
Las sesiones se estructuraban a partir de casos o situaciones prácticas que compartíamos. En un primer momento esto nos generó cierta inquietud, preocupación e inseguridad. Nos hacíamos preguntas como:
¿Juzgo a los demás? ¿Cómo presento una situación? ¿Soy honesto conmigo y el grupo? ¿Puedo identificar qué me preocupa? ¿Qué expectativas tengo? ¿Sé escuchar? ¿Me da miedo exponerme? ¿qué me genera el grupo? ¿Dónde ponemos el foco? ¿Lo que le pasa al otro, me pasa a mí? ¿Conecto con la teoría? ¿Cómo recibo las diferencias?
Lo que había en común a través de las sesiones era el enfoque y todas esas preguntas fueron perdiendo protagonismo en beneficio del aprendizaje compartido. Pudimos rescatar, a través de la vivencia, aspectos teóricos que creíamos desconectados. Destacamos: El rol profesional, el código deontológico, el objeto de intervención, las metodologías, las técnicas, pero también los limites (y cómo lidiar con ellos), el trabajo interdisciplinar, la evaluación de la intervención y los cierres.
Todo esto nos llevó inevitablemente a conectar con lo personal que impacta en nuestra práctica: Nuestra historia vital, nuestra personalidad, nuestro estilo comunicativo… y el reto de conjugarlo bajo un paradigma de intervención con personas que sufren.
Al finalizar el recorrido de la supervisión hicimos un balance sobre lo aprendido y lo vivido. Sentimos que tenemos más herramientas y capacidad de analizar casos con una perspectiva más amplia y no solo centrada en la atención a las demandas de las familias y de los propios equipos de trabajo.
Pensamos que contar con espacios como el de supervisión, es un ejercicio de cuidado hacia el otro, revisando y mejorando cada día para poder acompañar, y también de autocuidado, conectando con las fortalezas, trabajando las vulnerabilidades y reconociéndonos como humanos.
- Del rol de supervisora y sobre la conducción del espacio
Como cuestión previa decir que este rol, no puede en mi opinión, desempeñarse desde la teoría únicamente. Ser conocedora de la práctica en este caso (TS y ámbito salud), dio valor a la experiencia desde el primer momento e igualmente fueron imprescindibles en la conducción del espacio, algunos presupuestos que considero básicos:
– Partir de la idea de que el conocimiento está en el propio grupo y que el profesional es el mejor recurso para la intervención, y por tanto ha de ser cuidado.
– La supervisora está en una situación diferente, que no implica superior.
– En la conducción del espacio, la supervisora ha de integrar el “pensar”, “el sentir” y “el actuar” como guía metodológica y articular en sus aportaciones, la reflexión teórico-práctica.
Algunos principios de la Supervisión que pudieron aplicarse a esta experiencia
a) Crear el clima adecuado. A ello contribuyó en primer lugar, la motivación de cada una de las participantes y también el reconocimiento que las respectivas instituciones dieron al espacio. Por otro lado, el programa de trabajo aceptado por todas, así como las condiciones formales del propio grupo: tamaño, disposición a compartir, actitud de respeto, confidencialidad, etc.
b) Estructurar y conducir las sesiones, pero sin la rigidez que impidiera emerger nuevas ideas, necesidades o alternativas.
c) Favorecer la introspección.
d) Animar al profesional, a adquirir responsabilidad en lo que hace y experimentarse como persona que “tiene poder”, al mismo tiempo que identifica y pone límites.
Aspectos de la práctica que pudimos acompañar
A partir del caso o situación planteada, y más concretamente de las preguntas que los participantes traían al espacio, se pudo incidir en:
– Diseño de nuevas estrategias de acción y reconstrucción de supuestos teóricos que daban soporte y sentido al trabajo hecho.
– Manejarse en la distancia emocional óptima. Para ello se promueve el análisis más objetivo de la situación motivo de supervisión: conflictos en la toma de decisiones, posicionamiento ante demandas contrapuestas, miradas diferentes entre las diversas disciplinas de los equipos de referencia. Esto permitió disminuir el malestar y aumentar la seguridad y confianza del profesional.
– Dar respuesta a las demandas de las personas o familias, apoyándose en una metodología que de rigor a la intervención.
– Ayudar a pensar, dentro del equipo de pertenencia, nuevas oportunidades de práctica. Respuestas más ajustadas a lo que la familia como grupo necesita.
– Pensar los efectos (en la tarea y profesional/equipo), de una práctica rápida, poco pensada, desde la respuesta urgente…Exigencia muy presente en un contexto sanitario.
CONCLUSIÓN
La experiencia vivida dentro de este espacio, nos ayudó en primer lugar, en la clarificación y fortalecimiento del rol del trabajador social, dentro de equipos interdisciplinares sanitarios. También al aprendizaje “de y con” otros; así como a ser conscientes de las resonancias personales que se activan cuando entramos en la relación con “el otro”, y más concretamente cuando “ese otro”, es un sujeto que sufre y requiere de atención y ayuda profesional.
En definitiva, consideramos básico poder contar y mantener espacios de reflexión (y más en concreto con la supervisión), que nos permitan pensar nuestro trabajo desde la práctica cotidiana, pero también conectar con todas esas emociones que se mueven a lo largo del ejercicio profesional.
Autores: Ana Samaniego, Rosa González y Eduard Pellicer
Referencias bibliográficas
“La Supervisión”. Monográfico. Revista de S. Sociales y Política social nº25. Consejo General de D.T.S.
“La supervisión en el trabajo social”. Jose Fernández Barrera. Paidos.
“Introducción a la supervisión”. M. Jose Aguilar Idáñez. Política, Servicios y Trabajo Social.