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Formación, Salud Mental

La formación y especialización en trabajo social sanitario en el ámbito de la salud mental

A partir de la reflexión iniciada respecto a la formación y especialización del trabajo social sanitario en el ámbito de la salud mental y retomando el hilo de algunas de las propuestas ya planteadas (Castañera Rodríguez et al., 2014; Garces Trullenque, 2010; Garces Trullenque, 2016; Ituarte Tellaeche, 1992; Ituarte Tellaeche (coord.), 2017), me aventuro a compartir algunos aspectos que me inquietan desde mi mirada como trabajadora social sanitaria en salud mental.

En primer lugar, el papel que ocupa o debería ocupar la formación sanitaria, más allá de la importancia de los determinantes sociales de la salud (OMS, 2007) en los procesos de  salud-enfermedad. También y concretamente en el ámbito de la salud mental, es necesario profundizar en las implicaciones que tiene la aparición de la enfermedad mental para la persona, su familia, su entorno de apoyo y para la comunidad.

La formación ha de ayudar a entender el sistema donde se trabaja, a integrar su lenguaje, su funcionamiento y singularidad. Además de incorporar aprendizajes suficientes para que el desarrollo de los servicios y prestaciones, procedimientos y técnicas se ajusten a la práctica del trabajo social sanitario (Colom Masfret, 2012). Es decir, disponer de competencias básicas del ámbito de la salud mental para comenzar a ejercer y continuar con la formación de manera más específica.  El saber especializado ha de contribuir a facilitar la comprensión de lo social en los equipos salud mental y en general en el ámbito sanitario. Y en paralelo, hacer de puente, trasladando su conocimiento de la salud mental a los servicios sociales o de soporte comunitarios. En definitiva, buscar la implicación a diferentes niveles asistenciales con el objetivo de dar apoyo para que los procesos de atención no perjudiquen y ayuden a mejorar el bienestar de las personas que atendemos.

No disponer de una formación sanitaria especializada, puede tener y tiene implicaciones negativas respecto a la calidad de la intervención,el trabajo en equipo y en consecuencia comprometer el reconocimiento del rol del trabajo social en salud mental. Aún más, cuando desempeñamos la labor con profesionales que tienen un nivel de formación y especialización tan alto.

En segundo lugar, la importancia de la formación clínica o terapéutica del trabajador social, que nos ayuda a tomar consciencia,  Vega hace referencia a la  “necesidad de entrenarse en el autoconocimiento personal, o sea, habilidad de usarse conscientemente como instrumento orientador en la realización de la intervención” (1997, p. 170).  El  reconocimiento de la subjetividad del profesional y la persona atendida, y su utilización en la relación (Ituarte Tellaeche, 2017), contribuye a favorecer el encuentro y la vinculación entre ambos.

Entender la formación clínica de forma continua, tal como nos señalaba Ituarte (1992):

Por las propias exigencias del trabajo social clínico, la formación clínica debe ser permanente y duradera en el tiempo” (p. 58).

Y siguiendo esta línea,  retomo a Garcés (2010)  que ya mencionaba que:

La especialización y la formación implican educarse en la autocrítica y en la heterocrítica, situarse en la posición permanente de aprender, de estar en proceso, de saber mirarse al espejo y evaluarse como parte del análisis de la situación” (p. 348).

Resumiendo, la relevancia de la formación clínica argumentada por: las implicaciones en la comprensión de la complejidad en salud mental; las posibilidades de ampliar el marco de conocimiento teórico y metodológico; y en el desarrollo del rol del trabajo social en salud mental.

En tercer lugar, complementar la formación clínica incorporando elementos que nos faciliten el reconocimiento de las emociones y vivencias que interfieren en nuestra intervención y la relación que tenemos con el entorno, disponer de momentos en los que poderparar, mirarnos y cuidarnos. Para ello nos podemos acompañar de alguna de las herramientas ya conocidas como la supervisión, la intervisión o el proceso de reevaluación. Y también, creando nuevos espacios adaptados a nuestras necesidades o inquietudes: grupos de trabajo, formación entre iguales, reuniones colaborativas, participación en comisiones, mesas de participación… En definitiva, disponer de encuentros que nos permitan compartir y profundizar sobre el trabajo social en salud mental.

Sin recorrer a la evidencia, invito a pensar en las consecuencias que tiene la falta de formación. Por otro lado, si como profesionales estamos admitiendo el ejercicio de una práctica con carencias significativas, asociada a una intervención no especializada y sin las garantías necesarias. Por consiguiente, deberíamos observar si el déficit de conocimiento está contribuyendo a desdibujar la figura del trabajo social en salud mental, debilitando nuestro papel. Esta situación, salvo excepciones, implica que nuestra función suele tener una consideración menor respecto a la de otras profesiones sanitarias (Castañera Rodríguez y col, 2014), con las que trabajamos conjuntamente y que si disponen de formación especializada en salud mental. Considero que, ante la falta del reconocimiento de la profesión sanitaria y la imposibilidad de especialización regulada en salud mental a corto plazo, como profesionales que formamos parte del sistema sanitario (aunque no se nos reconozca) debemos sentirnos responsables, y ser conscientes del poder que ejercemos en las personas (Zamanillo Peral, 2018) y en consecuencia buscar opciones de aprendizaje que nos permitan compensar los déficits formativos existentes.  Y a la par, implicarnos en el desarrollo del conocimiento y su transferencia desde nuestra práctica clínica, para mejorar la competencia profesional, los procesos de atención desde el trabajo social en salud mental, contribuir a mejorar del sistema y las políticas que se ejercen.

Para finalizar, la combinación de formación y experiencia reflexiva podría ayudar no únicamente a mejorar la calidad de la atención, sino a colocarnos en una posición más consistente y arraigada respecto a la intervención (el modelo de atención), la definición del rol y el lugar a ocupar en los equipos. Consciente que la propuesta requiere de una inversión personal de tiempo y dinero importante, ante la situación actual y mientras no disponemos de una formación reglada específica, lo planteo como un recorrido posible para ejercer con la profesionalidad necesaria y consolidar el trabajo social sanitario en salud mental.

Bibliografía
Castañera Rodríguez, Loreto., González Gomez, Mª Ariana., y Pérez Manga,  Paloma. (2014). De lo general a lo específico: una propuesta de especialización en salud mental. Trabajo Social Hoy, 72, 109-126. http://dx.doi.org/10.12960/TSH.2014.0012
Colom Masfret, Dolors. (2012). El Diagnóstico Social Sanitario: Aval de la intervención y seña de identidad del trabajo social sanitario. Univertat Oberta de Catalunya (UOC). Barcelona.
OMS. (2007). Determinantes sociales de la salud. Organización Mundial de la Salud. https://www.who.int/social_determinants/es/
Garces Trullenque, Eva Mª (2010). El Trabajo Social en salud mental. Cuadernos de Trabajo Social, 23, 333-352. https://revistas.ucm.es/index.php/CUTS/article/view/CUTS1010110333A
Ituarte Tellaeche, Amaya. (1992). Procedimiento y proceso en trabajo social clínico. Consejo General de Colegios Oficiales de Diplomados en Trabajo Social y Asistentes Sociales. Madrid
Ituarte Tellaeche, Amaya. (2017). Actualidad y pertinencia del trabajo social clínico. En Ituarte Tellaeche, Amaya (coord.) Prácticas del trabajo social clínico (p.19-43). Nau Llibres. Valencia.
Vega, Susana. (1997). Instrumentos de trabajo. En Coletti M, Linares J.L. (compiladores). La Intervención sistémica en los servicios sociales ante la familia multiproblemática: la experiencia de Ciutat Vella. (p. 166-199). Paidós Terapia Familiar. Barcelona.
Zamanillo Peral, Teresa. (2018). Epistemología del Trabajo Social: De la evidencia empírica a la exigencia teórica. Ediciones Complutense. Madrid.
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